lunes, 4 de enero de 2010

Antígona (resumen)

Tras la muerte de Edipo, sus dos hijos varones se matan el uno al otro tras estar enfrentados, siendo uno de ellos anteriormente desterrado de Tebas por su tio Creonte(actual rey) y el cual a prohibido enterrarlo ni hacerle los rituales necesarios.
Asi, están sus otras dos sobrinas, hermanas de los dos muertos, Ismene i Antígona, ésta última informando de la ley de prohibición a su hermana y pidiendole ayuda a ésta para ir a enterrar a su hermano. Pero Ismene no quiere y Antigona decidida va a ello, aun cuando le pese la pena de muerte.
Sale Creonte a escena que recibe la visita de un guardián que le informa de que el cuerpo a sido enterrado. Buscan el culpable. Finalmente el guardián informa a Creonte de que Antigona a sido vista enterrando el cuerpo. Creonte pregunta a Antígona y ésta se lo confirma. Es condenada a morir enterrada. Ismene habla con ella dolida preguntándose que hará sin ella y recibiendo la postura de su hermana hacia ella por no haber preferido honrar a su muertos. Tambien desagrada esto al hijo de Creonte, novio de Antígona, quien discute con su padre y lo amenaza.
Creonte, ya enterrada Antigona, hablando con Tiresías, anciano y ciego, recibe los consejos de éste de que saque a Antígona de alli y que entierre como debe al muerto.
Asi se dirige al lugar Creonte y se encuentra a Antígona muerta, su hijo se mata él mismo junto a su amada y vuelve Creonte arrepentido por lo que a provocado su ley.Acaba con el dolor por las muertes.

Arte amatoria (fragmento). Ovidio.

" Me ruborizan las lecciones que quedan por dar;
pero la buena Dioné me dice: "Eso que avergüenza,
es precisamente nuestro asunto". Cada mujer debe conocerse bien y,
según su físico, elegir tal o cual postura:
no conviene a todas las formas. La mujer cuyo rostro
es particularmente bonito, se echará sobre la espalda.
Y es la espalda lo que deberán enseñarlas que
estén satisfechas de su cuerpo. ¿Hay arrugas en tu vientre?
Pues haz corno el parto, que combatía volviendo la espalda.
Milanión llevaba sobre sus hombros las piernas de Atlante;
si las tuyas son bellas, hay que mostrarlas de la misma manera.
La mujer pequeña adoptará la postura del jinete; pero,
demasiado alta, jamás la Tebaina, esposa de Héctor,
se puso sobre su marido a caballo. La mujer ha de hacerse
admirar por la línea de su flanco, se representará
de rodillas sobre la cama, con la cabeza un poco
inclinada hacia atrás. Si vuestros muslos conservan
el encanto de la juventud y vuestro pecho no tiene defectos,
el hombre permanecerá de pie, mientras vosotras
os tenderéis sobre el lecho perpendicularmente a él.
En esta actitud no os avergüence soltar vuestra cabellera,
como las Bacantes, y volved la cabeza dejando
vuestros cabellos en cascada. Hay mil maneras de gustar
los placeres de Venus; la más sencilla y menos cansada
es echarse a medias sobre el lado derecho.
Pero ni los trípodes de Febo, ni Ammon,
el de la cabeza de toro, serán para vosotras más seguros
oráculos que mi Musa. Si hay algo que merezca confianza,
son los consejos de mi tratado, fruto de una larga experiencia;
nuestros versos no defraudarán vuestra confianza.
¡Que la mujer sienta el placer de Venus penetrarla
hasta lo más profundo de su ser, y que el goce sea igual
para su amante que para ella! ¡Que las conversaciones amorosas
y los dulces murmullos no se interrumpan jamás,
y que las palabras lascivas encuentren un lugar entre
vuestros juegos! "

Metamorfosis: Apolo y Dafne. (de Ovidio)

El primer amor de Febo: Dafne la Peneia, el cual no
el azar ignorante se lo dio, sino la salvaje ira de Cupido.
El Delio a él hacía poco, por su vencida sierpe soberbio,
le había visto doblando los cuernos al tensarle el nervio,
y: «¿Qué tienes tú que ver, travieso niño, con las fuertes armas?»,
había dicho; «ellas son cargamentos decorosos para los hombros nuestros,
que darlas certeras a una fiera, dar heridas podemos al enemigo,
que, al que ahora poco con su calamitoso vientre tantas yugadas hundía,
hemos derribado, de innumerables saetas henchido, a Pitón.
Tú con tu antorcha no sé qué amores conténtate
con irritar, y las alabanzas no reclames nuestras».
El hijo a él de Venus: «Atraviese el tuyo todo, Febo,
a ti mi arco», dice, «y en cuanto los seres ceden
todos al dios, en tanto menor es tu gloria a la nuestra».
Dijo, y rasgando el aire a golpes de sus alas,
diligente, en el sombreado recinto del Parnaso se posó,
y de su saetífera aljaba aprestó dos dardos
de opuestas obras: ahuyenta éste, causa aquél el amor.
El que lo causa de oro es y en su cúspide fulge aguda.
El que lo ahuyenta obtuso es y tiene bajo la caña plomo.
Éste el dios en la ninfa Peneide clavó, mas con aquél
hirió de Apolo, pasados a través sus huesos, las médulas.
En seguida el uno ama, huye la otra del nombre de un amante,
de las guaridas de las espesuras, y de los despojos de las cautivas
fieras gozando, y émula de la innupta Febe.
Con una cinta sujetaba, sueltos sin ley, sus cabellos.
Muchos la pretendieron; ella, evitando a los pretendientes,
sin soportar ni conocer varón, bosques inaccesibles lustra
y de qué sea el Himeneo, qué el amor, qué el matrimonio, no cura.
A menudo su padre le dijo: «Un yerno, hija, me debes».
A menudo su padre le dijo: «Me debes, niña, unos nietos».
Ella, que como un crimen odiaba las antorchas conyugales,
su bello rostro teñía de un verecundo rubor
y de su padre en el cuello prendiéndose con tiernos brazos:
«Concédeme, genitor queridísimo» le dijo, «de una perpetua
virginidad disfrutar: lo concedió su padre antes a Diana».
Él, ciertamente, obedece; pero a ti el decor este, lo que deseas
que sea, prohíbe, y con tu voto tu hermosura pugna.
Febo ama, y al verla desea las nupcias de Dafne,
y lo que desea espera, y sus propios oráculos a él le engañan;
y como las leves pajas sahúman, despojadas de sus aristas,
como con las antorchas los cercados arden, las que acaso un caminante
o demasiado les acercó o ya a la luz abandonó,
así el dios en llamas se vuelve, así en su pecho todo
él se abrasa y estéril, en esperando, nutre un amor.
Contempla no ornados de su cuello pender los cabellos
y «¿Qué si se los arreglara?», dice. Ve de fuego rielantes,
a estrellas parecidos sus ojos, ve sus labios, que no
es con haber visto bastante. Alaba sus dedos y manos
y brazos, y desnudos en más de media parte sus hombros:
lo que oculto está, mejor lo supone. Huye más veloz que el aura
ella, leve, y no a estas palabras del que la revoca se detiene:
«¡Ninfa, te lo ruego, del Peneo, espera! No te sigue un enemigo;
¡ninfa, espera! Así la cordera del lobo, así la cierva del león,
así del águila con ala temblorosa huyen las palomas,
de los enemigos cada uno suyos; el amor es para mí la causa de seguirte.
Triste de mí, no de bruces te caigas o indignas de ser heridas
tus piernas señalen las zarzas, y sea yo para ti causa de dolor.
Ásperos, por los que te apresuras, los lugares son: más despacio te lo ruego
corre y tu fuga modera, que más despacio te persiga yo.
A quién complaces pregunta, aun así; no un paisano del monte,
no yo soy un pastor, no aquí ganados y rebaños,
hórrido, vigilo. No sabes, temeraria, no sabes
de quién huyes y por eso huyes. A mí la délfica tierra,
y Claros, y Ténedos, y los palacios de Pátara me sirven;
Júpiter es mi padre. Por mí lo que será, y ha sido,
y es se manifiesta; por mí concuerdan las canciones con los nervios.
Certera, realmente, la nuestra es; que la nuestra, con todo, una saeta
más certera hay, la que en mi vacío pecho estas heridas hizo.
Hallazgo la medicina mío es, y auxiliador por el orbe
se me llama, y el poder de las hierbas sometido está a nos:
ay de mí, que por ningunas hierbas el amor es sanable,
y no sirven a su dueño las artes que sirven a todos».
Del que más iba a hablar con tímida carrera la Peneia
huye, y con él mismo sus palabras inconclusas deja atrás,
entonces también pareciendo hermosa; desnudaban su cuerpo los vientos,
y las brisas a su encuentro hacían vibrar sus ropas, contrarias a ellas,
y leve el aura atrás daba, empujándolos, sus cabellos,
y acrecióse su hermosura con la huida. Pero entonces no soporta más
perder sus ternuras el joven dios y, como aconsejaba
el propio amor, a tendido paso sigue sus plantas.
Como el perro en un vacío campo cuando una liebre, el galgo,
ve, y éste su presa con los pies busca, aquélla su salvación:
el uno, como que está al cogerla, ya, ya tenerla
espera, y con su extendido morro roza sus plantas;
la otra en la ignorancia está de si ha sido apresada, y de los propios
mordiscos se arranca y la boca que le toca atrás deja:
así el dios y la virgen; es él por la esperanza raudo, ella por el temor.
Aun así el que persigue, por las alas ayudado del amor,
más veloz es, y el descanso niega, y la espalda de la fugitiva
acecha, y sobre su pelo, esparcido por su cuello, alienta.
Sus fuerzas ya consumidas palideció ella y, vencida
por la fatiga de la rápida huida, contemplando las peneidas ondas:
«Préstame, padre», dice, «ayuda; si las corrientes numen tenéis,
por la que demasiado he complacido, mutándola pierde mi figura».
Apenas la plegaria acabó un entumecimiento pesado ocupa su organismo,
se ciñe de una tenue corteza su blando tórax,
en fronda sus pelos, en ramas sus brazos crecen,
el pie, hace poco tan veloz, con morosas raíces se prende,
su cara copa posee: permanece su nitor solo en ella.
A ésta también Febo la ama, y puesta en su madero su diestra
siente todavía trepidar bajo la nueva corteza su pecho,
y estrechando con sus brazos esas ramas, como a miembros,
besos da al leño; rehúye, aun así, sus besos el leño.
Al cual el dios: «Mas puesto que esposa mía no puedes ser,
el árbol serás, ciertamente», dijo, «mío. Siempre te tendrán
a ti mi pelo, a ti mis cítaras, a ti, laurel, nuestras aljabas.
Tú a los generales lacios asistirás cuando su alegre voz
el triunfo cante, y divisen los Capitolios las largas pompas.
En las jambas augustas tú misma, fidelísisma guardiana,
ante sus puertas te apostarás, y la encina central guardarás,
y como mi cabeza es juvenil por sus intonsos cabellos,
tú también perpetuos siempre lleva de la fronda los honores».
Había acabado Peán: con sus recién hechas ramas la láurea
asiente y, como una cabeza, pareció agitar su copa.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Lo que sucedió a un hombre con otro que lo convidó a comer, El Conde Lucanor.

Estaba el Conde Lucanor y su consejero Patronio al que le comenta que le están ofrenciando algo que le beneficiaria pero que duda en aceptar porque siente que lo ofrecen por compromiso.
Entonces Patronio le cuenta lo que le sucedió a un honrado hombre, éste que habia sido rico, se arruina y por verguenza de pedir sufre pobreza y hambre.
Un día pasó por casa de un conocido y éste por cortesía le invita a comer. Invitación aceptada por el honrado hombre que le dijo que muy gustoso aceptaba su comida ya que tanto le habia insistido su conocido y sería una descortesía rechazarla.
Asi, dicho hombre sació su apetito. Con todo esto Patronio le hace ver al Conde Lucanor que si le ofrecen algo que le pueda ser beneficioso lo acepte simulando aceptarlo por dar gusto a su ofertante y que no espere a que le insistan, ya que podría ser que no le ofrecieran mas y tuviera que ser él quien lo pidiera, algo que resultaría humillante.
Asi el conde lucanor obró y le resultó de provecho.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Lo que sucedió al árbol de la Mentira, El Conde Lucanor

El Conde Lucanor le contaba a Patronio que determinadas personas estaban haciendo uso de mentiras tan perfectas en su contra que la gente estaba creyendo.
Decía que el también podría ser capaz de crear mentiras tan perfectas en contra de estos que hablaban mal de el, pero sabía que la mentira no era el mejor método para conseguir algo.
Entonces Patronio le contó lo siguiente:

La Verdad y la Mentira, que eran amigas, decidieron plantar un árbol. La Mentira, mediante su arte de mentir, convenció a la Verdad para que ella se quedase con la parte de las raíces del árbol y ella se quedaría con la parte superior, afirmando que esta era realmente la peor parte, pues se encontraba al alcance de los humanos y en cualquier momento podría ser destruida.
La Verdad, muy ingenua aceptó.
La Mentira era muy feliz disfrutando de los frutos que daba el árbol, de su sombra y de toda la gente que tenia a su alrededor, pero un día obviamente, la Verdad tenía que alimentarse y así lo hizo. Se alimentó de las raíces del árbol.
Como consecuencia, el árbol fue deteriorándose hasta el punto de caer sobre toda aquella gente que estaba a su alrededor, entre ellas incluida la Mentira. Todos quedaron gravemente heridos incluso algunos, muertos.

La moraleja de este cuento es que, todo aquel que utilizando la mentira sea feliz, esa felicidad no le durará para siempre. Algo malo hay detrás.
Sin embargo, aquellos que disfrutan de la verdad, aunque en algún momento no estén felices, están haciendo lo correcto, lo que hay que hacer y pueden vivir sin el temor de saber que tendrán alguna mala consecuencia por prescindir de la mentira.

jueves, 29 de octubre de 2009

Trabajo para estos días de convalecencia

Hasta que llegue podéis ir leyendo y resumiendo el tema siguiente del libro. También sería bueno empezar la lectura de Dante.

Saludos.